sábado, 18 de fevereiro de 2012

19F

Mañana iré a la mani con zapatos cómodos
                     con miedo a que pase algo
                     con miedo a que no pase nada.

segunda-feira, 13 de fevereiro de 2012

Una bolsita de majaderías feministas para llevar, por favor

Además de esperpentos desaliñados, imponentes lagartas o ex-lolitas redimidas - la caricatura nunca permite el matiz ni el término medio-  somos majaderas, las feministas. Obstinadas, tercas, obsesivas... por pasearnos insolentes fuera del armario como Perica por su espacio público, haciendo clamorosa ostentación de ello.

Desde que salí del armario y me confesé abiertamente feminista - no esperen a continuación apresuradas justificaciones a modo de disculpa - me he dado cuenta en diversos foros públicos y conversaciones privadas que la mera mención al concepto provoca perceptibles alteraciones fisionómicas. A veces, es sólo un discreto levantamiento de ceja que compone una mirada de tal incredulidad que por sí sola puede desacreditar años de estudio, reflexión y experiencia (feminista y de otras clases). Esa mirada que nos han dedicado a tod@s al menos una vez en la vida y que nos ha dejado especialmente hundid@s, desorientad@s, desarmad@s y a completa merced de quien sea que fuera propiedad la maldita ceja encrestada. En otras ocasiones, en contextos desenfadados y de confianza mutua, dicho término levanta desde risas nerviosas a cabezas despistadas - ávidas éstas, "por fin!", de una conversación polémica-; o voltea espaldas y arruga ceños - profundamente ofendidos, estos últimos- ... y cuando el/la interlocutor/a es alguien con una labrada educación y consecuente corrección política, se aprecian entonces rostros inflexibles, mirada fija, labios apretados, cejas firmes... - "que no se escape, ¡ni por un traidor suspiro!, ninguno de mis prejuicios; esos que guardo como oro en paño y que sólo yo sé que son, a priori, total y absolutamente ciertos".
 Es obvio que el recelo se impone a la convergencia, a la empatía o a la curiosidad, aunque para ser justas, estas últimas, por suerte, también tienen su lugar de vez en cuando. 

El feminismo está colmado de misterios: ¿Qué razones llevan a una persona a declararse feminista?, y lo que es peor, ¿qué razones llevan a esta persona a importunar al resto declarando dicha condición?, y ¿de qué manera han sido lavados esos preciosos cerebros, tan útiles por otra parte para nuestra [¿de quién?] sociedad, si no se hubieran enganchado en esa causa egoísta que pretende liberar a un único sexo - ¡qué ambición, qué egocentrismo!- de una supuesta opresión universal... "que tod@s sabemos que es la mayor esquizofrenia declarada de todos los tiempos o el mayor engaño del perverso capitalismo para distraernos del correcto camino a la Verdadera Revolución (...comunista, socialista, nacionalista, indigenista, científica, verde, tecnológica...)? 

Puedo decir con certeza que hacerme feminista ha sido lo más duro e incómodo que he hecho en mi vida. Alguna vez, confieso, incluso me he arrepentido de haberme puesto para siempre esas malditas gafas que queman los ojos e incendian todo por dentro. Quien elige vivir en la incomodidad continua, que no espere, sin embargo, ninguna recompensa en esta vida, ni en la otra... todo el mundo sabe lo mal vistas que están las feministas en aquellos dominios; no esperemos, pues, que San Pedro, gentilmente, nos abra la puerta.

Recuerdo una infancia incómoda al no querer [-¡"Eloísa tú no quieres"!- me repetía la vocecilla] querer ser una princesa. Había algo tan vergonzoso como atrayente en ellas. No querer querer ser una princesa es más difícil que dejar el chupete o quitarse los pañales, os lo aseguro. Era una lucha en cada carnaval entre un anhelo secreto y un trabajado desdén hacia el tul rosa. Como consecuencia, de niña había prestado mi cuerpo al novio de la novia, a la gitana, al Pitufo filósofo, a Papá Pitufo al Papageno de La Flauta Mágica y probablemente a algún otro bufón del que ya ni me acuerdo. A riego de mi futura autoestima y sin protestar, regalaba mi imagen a algo más original que una princesa ñoña, para el gozo de mis adultos, todos ellos inclinados al progresismo y la farándula.
Así, comparsa tras comparsa, aprendí a sacar con sacacorchos a la Blanca Nieves de mi subconsciente y a colar a la impertinente Pipi Calzas Largas; sucia, desaliñada, malhablada, maleducada... y a ser abroncada en consecuencia, por nuestras madres y abuelas (es decir, todas las mujeres de edad adulta del lugar).
Ni una cosa ni la otra. ¿Qué hacer?: ¿elegir querer ser princesa con la sospecha de que hay algo vergonzoso en la exhibición de esa feminidad maximalista, pagando la consecuente factura social en el cole, en casa, en el barrio... o ser una Pipi rebelde, renunciando estoicamente a los mimos maternos?. Durísimo dilema. No sabía entonces, hasta qué punto me debatía internamente en la gran cuestión beauvoriana del siglo XX. Ese empeño testarudo del llegar a ser

Mi princesa favorita: la del guisante... y es que ¿hay alguien a quien no le hayan molestado alguna vez las arrugas de la sábana bajera?
Ilustración: Elena Odriozola


Más tarde, toda feminista se enfrenta a la gran cuestión psicoanalítica: matar al padre. Pero ¡ojo!, no vale matar al padre sin resucitar a la madre... atentas a las consecuencias. De todas es conocida la compleja relación entre madres e hijas; sólo hay que ver la angustiante "Sonata de Otoño" para hacerse una idea (realizada, por otro lado, por el sueco más misógino del universo). Es un proceso a dos bandas: descarnado, abrupto, conflictivo, doloroso, con el que tocará vivir consecuentemente desde entonces. Supone desplazar algunas certezas, abandonar otras... forma parte de hacerse objetiva de hacerse persona, de hacerse independiente, o lo que es lo mismo, de hacerse mayor.

Y por último (de momento), una vez llegadas a la política, las feministas lo tienen jodido. Se topan con el problema de la credibilidad y muchas veces con la incomprensión e incluso enfrentamiento con sus propi@s compañer@s. Ya sabemos que cuando una es abiertamente feminista, al abrir la boca se encuentra involuntariamente escupiendo hacia arriba, puesto que no podemos evitar que en ocasiones, el recelo ajeno nos alcance con una réplica en forma de lapo. Sin duda es una de las experiencias más tristes de la política que se une a tantas otras fatigas...
... Como el cansancio político ante toooooodas las causas que abrazamos a lo largo de nuestras vidas públicas, las injusticias que taaaaaanto nos abruman, la culpabilidad agotadora y la severa conciencia que nos interpela cada vez que hay que encender una luz, abrir un grifo, entrar en un súper, comerse una magdalena envuelta en plástico, hacer una transferencia bancaria, etcétera, etcétera, etcétera...
Pues yo sugiero que eso no es nada, ¡nada! comparado con el ejercicio minucioso de la supervisión continua de la identidad, de la mismidad, de los afectos, del ego, del superego, del referente, de la alteridad, de la otredad, de la singularidad, de la mónada, de la mestiza, de la sexualidad... de todas y cada una de las caras y matices de la existencia propia, analizadas con la despiadada lupa de la congruencia, en procesos agotadores de indagación y autoafirmación, deconstrucción y construcción propias por los que, irremediablemente una transita... cuando se es feminista. 

En fin; aquí se acaba la merienda y se acaban, por hoy, estas majaderías. Espero que hayan sido incómodas y cansinas, como son a veces las cosas del feminismo, y de la vida misma.



quinta-feira, 2 de fevereiro de 2012

Aproximación a la historia de las mujeres del África Sudsahariana. Estrategias, política, voz, acción.

¿Por qué me intereso por las mujeres del África Sudsahariana?


Digamos que todo lo que he ido haciendo en la vida, es obvio, me ha llevado hasta aquí.
Desde el primer viaje a África, a la República de Benín, en el marco de unas prácticas de un postgrado de cooperación hasta intentar conciliar mi interés en África, sus mujeres y mi condición de feminista, he recorrido algunos años de vida profesional y personal que me han generado muchísimas más dudas que respuestas. He trabajado con mujeres camerunesas en el marco de un proyecto de cooperación y he visto cómo la participación de ellas no es igual que la de ellos, que los intereses no siempre convergen y que a veces son completamente dispares (y que generalmente se imponen los de ellos). He comprobado también que no sólo no son invisibles, ni domesticadas ni oprimidas ni relegadas a un estrecho ámbito doméstico, sino que son orgullosas de sus maternidades, y de sus conquistas políticas y sociales y de su responsabilidad en una arena privada mucho más ancha de la que nos imaginamos en occidente y en una arena pública en constante construcción… y sin embargo,  los problemas transversales relacionados con la violencia, representación, voz,  igualdad de oportunidades, etcétera, están ahí… al parecer el patriarcado domina todas las sociedades por muy diferentes que sean entre sí.
Durante mis estancias en África Sudsahariana (en total han debido ser dos cortos años) he observado estas contradicciones entre el magnífico poder de las mujeres, tan reconocido socialmente, y la destructiva fuerza patriarcal, sutil en unos casos y totalmente evidente en otros.

Todas estas dudas que surgen de esta gran contradicción y sólo algunas pequeñas respuestas (que espero que vayan por buen camino) es lo que expongo en este trabajo a continuación.