Para entender la disciplina ejercida en los cuerpos de las
mujeres, habremos de remontarnos a los discursos relacionados con la
psiquiatría y la higiene generados en el S XVIII y desarrollados en el XIX, e
incluso hasta bien entrado el siglo XX.
En la serie de ponencias de Michel Foucault recopiladas durante
el curso lectivo 1974-1975 en el Collège de France[1], el
autor explica el proceso de la institucionalización de la psiquiatría como una
rama especializada de la higiene pública y, por tanto, su dominio particular
sobre la protección social. En este sentido, Foucault expone que “antes de ser una especialidad de la
medicina, la psiquiatría se institucionalizó como dominio particular de la protección
social contra todos los peligros que pueden venir de la sociedad debido a la
enfermedad o a todo lo que se puede asimilar directa o indirectamente a esta.
La psiquiatría se institucionalizó como precaución social, como higiene del
cuerpo social en su totalidad”[2].
Foucault analiza cómo, para poder acercarse al discurso de
saber- poder de la medicina, la psiquiatría hubo de patologizar tanto la locura
como los desórdenes. Esta doble codificación del comportamiento individual y
social, tiene un efecto especialmente perverso en todo lo relacionado con la
gestión del cuerpo de las mujeres, con la conceptualización de la feminidad así
como con la incipiente lucha feminista.
Tal y como expone Antonio Diéguez, tanto la psiquiatría como
el higienismo actúan como disciplinas y agentes de poder a la hora de “conjurar los peligros sociales. Entre estos,
el discurso emancipador de las mujeres, que ya había comenzado a ser
identificado como una de las amenazas potenciales más claras al orden
establecido”[3].
Un claro ejemplo de esta voluntad de deslegitimar
“científicamente” este discurso político feminista, y a la vez, de domesticar
el cuerpo femenino individual y socialmente lo encontramos en la contra-propaganda
de la lucha por el sufragismo en la Inglaterra de principios del siglo XX.: “Los antisufragistas alegaron que el sufragio
femenino comportaría la masculinización de las mujeres, el abandono de sus
deberes sociales y familiares y el libertinaje sexual. En su repertorio de
argumentos, figuraba, además, la supuesta naturaleza histérica de las mujeres
como impedimento para participar en la política nacional” [4]
Otro ejemplo de domesticación social e individual del cuerpo
femenino lo encontramos en la medicina social en la España de principios del S
XX, y en su preocupación por el
alcoholismo y sus programas de propaganda antialcohólica. En el estudio de caso
de Ricardo Campos Marín. Psiquiatría y
género. El naciente discurso médico-psiquiátrico en España y el estatuto social
de la mujer[5], se evidencia la vinculación entre la peligrosidad de una
patología social como el alcoholismo, y la instrumentalización de las mujeres por
parte del discurso médico en tanto que portadoras de “higiene moral” en el
marco familiar y por extensión, social. El dispositivo de la propaganda
antialcohólica proponía a las mujeres como agentes para la creación de familias
estables y salvaguardas de la virtud y moral burguesas con el fin de “generar individuos sanos, obedientes y por
tanto, no peligrosos” ejerciendo un papel fundamental como madre y esposa a
la hora de “transmitir los principios
básicos de higiene que la medicina consideraba oportunos”.[6]
Puesto
que la solución al alcoholismo era situada en el terreno de la moral, el hogar
era el lugar educativo en el que las mujeres estaban obligadas a ejercer de
buenas madres y esposas, transmitiendo los valores correctos mediante el
instrumento de la educación. Así, “se responsabiliza a la mujer del buen o mal
funcionamiento de su hogar (…) Como alternativa a esa mujer incapaz, que
conduce a los suyos a buscar el bienestar en el alcohol, se propone modelar un
tipo de fémina que sea «activa sin ser esclava, económica sin ser tacaña,
pulcra sin ser coqueta, ordenada sin ser meticulosa, risueña sin llegar a
zalamera»[7]
Por otro lado, la gestión médica de la sexualidad de las
mujeres como gestión de sus desórdenes psicopatológicos y del consecuente
desorden social, es una de las prácticas comunes en la historia de la medicina.
Desde el s XVIII se establece un vínculo entre la sexualidad de las mujeres y
su salud física y mental, teoría que tiene su apogeo hasta bien entrado el
S.XX. A través de una taxonomía de síntomas catalogados como “dolencias
femeninas” (desórdenes pélvicos, jaquecas, lloros, irritación, depresión,
etcétera), se ponen de relieve las “enfermedades específicas de las mujeres”,
tales como la Clorosis,
la Neurastenia
o la Histeria[8]. A partir de entonces, la sexualidad, o más
bien, el orgasmo femenino (en lenguaje médico entonces llamado “el paroxismo”,
reacción a la manipulación de los genitales femeninos que, al parecer, no tenía
relación alguna con el placer sexual, según el discurso de autoridad), se
medicaliza y normaliza en las consultas y en los hospitales como La Salpêtrière[9],
estableciéndose a la vez como un objeto de estudio que alimentará posteriormente a la teoría del psicoanálisis, y como práctica lucrativa[10]
Michel Foucault, haciendo una lectura en términos de poder y
de control social, señala que la histerización del cuerpo de las mujeres “es un proceso triple en el que el cuerpo
femenino era analizado, calificado y descalificado como completamente saturado
de sexualidad; donde se lo integraba en la esfera de la práctica médica por una
patología intrínseca a él; donde, finalmente, se lo colocaba en comunicación
orgánica con el cuerpo social (cuya fecundidad regulada se suponía que
aseguraba, el espacio familiar (del que tenía que ser un elemento funcional y
sustancia), y la vida de los niños ( que producía y debía garantizar, en virtud
de una responsabilidad biológica-moral que duraba todo el período de la
educación de los niños): la
Madre, con su imagen negativa de “mujer nerviosa”, constituía
la forma más visible de esa histerización”[11].
Así, el “ángel del hogar”, creció turbado en el seno del
núcleo familiar productivo y reproductivo, convencido por la retórica
victoriana de sus patologías, intrínsecas e inherentes a su condición femenina.
De ese modo, a mediados del Siglo XX, las mujeres en EEUU
difícilmente podían describir ese “malestar que no tiene nombre” y que Betty
Friedan denominó “Mística de la
Feminidad”. “El malestar
ha permanecido enterrado, acallado, en las mentes de las mujeres
estadounidenses, durante muchos años. Era una inquietud extraña, una sensación
de insatisfacción, un anhelo que las mujeres padecían mediado el S XX en EEUU
(…) los expertos les explicaban cómo cazar y conservar a un hombre, cómo
amamantar a sus criaturas y enseñarles a asearse (…) cómo evitar que sus
esposos murieran jóvenes y que sus hijos se convirtieran en delincuentes”[12]
He aquí otra vez el higienismo renovado, en esta nueva
versión, con el objetivo intacto de mantener la salud del cuerpo social, no
sólo a través del cuerpo y del control del cuerpo de las mujeres a través de
discursos de saber-poder sino también a través de la medicalización de sus
estados de ánimo: “Algunos médicos le aconsejaron
a sus pacientes que salieran de casa durante todo un día (…) Otros les
prescribieron tranquilizantes. Muchas amas de casa de los barrios residenciales
ingería tranquilizantes como quien toma caramelos para la tos”[13]. De
ese modo, a base de recetas, las mujeres se mantenían en el seno familiar como
un ejército de cuidado, generando a su vez, toda una nueva serie de necesidades
de consumo. Según Friedan, en sus investigaciones que realizó entrevistando a
mujeres estadounidenses de clase media en los años cincuenta, adquirió
conciencia “de la existencia de un corpus
creciente de pruebas, gran parte del cual no se ha dado a conocer públicamente
porque no encaja con los modos de pensamiento actuales sobre las mujeres: son
pruebas que ponen en tela de juicio el estándar de normalidad femenina, de
adaptación femenina, de la realización femenina y de la madurez femenina al que
la mayoría de mujeres tratan de amoldarse”[14]
Durante los años cincuenta, el malestar se interpretó de
manera individualizada, tratando los síntomas, pero no las causas, eludiendo
así la patología social que acompaña a este malestar y las posibles soluciones
políticas del mismo.
En la actualidad, la medicalización del aparato reproductivo
social (sexualidad, partos, lactancias, cuidados etcétera) ha sido una
constante que ha llevado a un sector de la sociedad y del cuerpo médico a
preguntarse si acaso dicha medicalización no aleja a las mujeres de sus
cuerpos, no las desempodera, no las desposee de la gestión de la vida y de las
decisiones en torno a ella.
Sin embargo, este es un discurso de doble filo: Tal y como
alertaba Friedan, había en los EEUU en los años 50, una “reciente tendencia a volver al parto natural y a la lactancia materna”[15],
asociado al citado discurso de normalización de la feminidad y naturalización
las funciones de las mujeres en tanto que hembras mamíferas. Dicho discurso ha
tomado protagonismo hoy en día, en cierto modo, disfrazando de progresismo, en
forma de llamamientos a las maternidades maximalistas, bajo las que recae todo
el peso de la responsabilidad y culpabilidad del bienestar o malestar de las
criaturas no sólo en un momento presente del cuidado, sino también en su
desarrollo futuro, y por consiguiente, otra vez son las mujeres las
responsables del sano funcionamiento del cuerpo social.
Según Celia Amorós, “las
conquistas del movimiento feminista no escapan al principio de la acción y
reacción” .Celia Amorós contextualiza el apogeo de este discurso de la
llamada maternidad maximalista en “la
incidencia de las crisis”, que “favorece
‘la mística de la feminidad’ que tan lúcidamente analizó en su día Betty Friedan.
En su nueva versión, la ‘directora gerente de su hogar’ podría convertirse en
la madre abnegada que renuncia a cualquier proyecto personal en aras del
bienestar de sus hijos en paladines de los cuales se erigen los voceros de la Liga de la Leche.”[16]
Duras palabras que,
por otro lado, merecen al menos ser consideradas bajo una escucha atenta.
Así mismo, y desde el punto de vista de las investigaciones y
las prácticas médicas más contemporáneas en lo que se refiere a la
reproducción, Verena Stolke, en su artículo “El sexo de la biotecnología”,[17] disecciona
el sentido de la investigación genética y su aplicación en las políticas de
reproducción asistida desde el punto de vista del poder.
Stolke se enfrenta al imaginario de las bondades de la
biotecnología en tanto que tecnología aplicada a la reproducción, sosteniendo
que, en un ámbito patriarcal-liberal, cualquier tipo de tecnología es un poder
al servicio de los intereses masculinos.
Por una parte, desde el lado del control directo de los
cuerpos, Stolke asevera que “Las nuevas
tecnologías conceptivas han trastocado las tradicionales nociones de la
filiación. El más reciente giro biotecnológico acentúa las diferencias de sexo.
Las nuevas técnicas reproductivas convierten los úteros y los ovocitos en el
bien más preciado y precioso y los disocian a las personas a las que pertenecen”.
Por otro lado, Stolke afirma que se refuerza el discurso que
naturaliza la maternidad como destino inherente de las mujeres: “Aunque las nuevas tecnologías conceptivas y
contraceptivas han brindado a las mujeres al menos en los países ricos mayor
libertad para decidir sobre nuestros cuerpos, al mismo tiempo refuerzan la
maternidad como destino y responsabilidad de las mujeres (…) En un sentido más
amplio, la técnicas reproductivas se han convertido en instrumentos
tecnológicos al servicio de intereses que con frecuencia no son los nuestros”.
Como conclusión, parece que la voluntad de patologizar el cuerpo femenino, en último término,
patologiza su expresión política: el feminismo. Cuando lo femenino se
interpreta por las mujeres en clave política, dando lugar así a una serie de
reclamaciones que amenazan el statu quo, activa los dispositivos de poder-saber
que ejercen el control de los cuerpos femeninos, manteniendo un higiénico y
tranquilo inmovilismo.
La gestión y dominación del cuerpo femenino irá en
consonancia con intereses políticos y económicos de los que los discursos de
saber-poder, tales como la medicina, se hacen eco. El principio de acción-
reacción al que hace referencia Celia Amorós, no obedece al capricho, sino a
intereses concretos de la clase política y económica. Por lo tanto sí parece
haber una explicación sistémica a esta dominación, y es ésta la que nos permite
deconstruir, con conciencia política, estos discursos que penetran a nivel
micro, tanto lo social como lo psicológico, y posibilitar así el feminismo en
su versión teórica y pragmática. Como condición para la transformación social.
[1] FOUCAULT, Michel. Los anormales. Cursos del collage de
France (1974-1975). Akal, Madrid. 1999
[2] Ibíd. (p111).
[3] DIEGUEZ Gómez, Antonio. Psiquiatría y género. El naciente discurso
médico-psiquiátrico en España y el estatuto social de la mujer. Revista
Asociación Española de Neuropsiquatría. 1999. Vol.XIX nº72. P. (76) 640.
[4] NASH, Mery. Mujeres en el mundo. Historia, retos y
movimientos. Alianza ensayo. Madrid. 2004.
P114
[5] CAMPOS Marín, Ricardo. La instrumentalización de la mujer por la
medicina social en España a principio de siglo: su papel en la lucha
antialcohólica. Aclepio II, 1990.
[6] Ibíd. P162
[7] Ibíd. P167
[8] Para una aproximación
histórica detallada sobre las enfermedades citadas, ver el capítulo “la sexualidad femenina como
patología histérica”, en MAINES P. Rachel. La
tecnología del orgasmo. La histeria, los vibradores y la satisfacción sexual de
las mujeres. Ed. Milrazones. Barcelona 2010.. Pp 41-70
[9] MAINES P. Rachel. La tecnología del orgasmo. La histeria, los vibradores y la
satisfacción sexual de las mujeres. Ed. Milrazones. Barcelona 2010.. P 60.
[10] A este respecto, Maine
señala: “Russell Thacher Trall, otro
estadounidense asociado con la escuela hidropática escribía en 1873 que las
mujeres, histéricas incluidas, eran una bendición económica para la profesión
médica, asegurando que más de las tres cuartas partes de la práctica de la
profesión está dedicada al tratamiento de enfermedades específicas de las
mujeres y que de los 200 millones de dólares que se calculaban como ingreso
anual de todos los médicos de EEUU, ‘tres cuartos (150 millones), nuestros
médicos deben agradecérselo a las frágiles mujeres’. Ibíd., p
58
[11]FOUCAULT. Michel. Historia de la sexualidad. Vol 1. Ed. SXXI
Madrid 2009 p. 110
[12] FRIEDAN Betty. La mística de la feminidad. Ed Cátedra.
Feminismos. Madrid, 2009 p 50.
[13] Ibíd., p 67
[14] Ibíd. p 68
[15] Ibíd.
[17] STOLKE Verena. El sexo de la biotecnología. http://www.ieg.ufsc.br/admin/downloads/artigos/12112009-013940stolcke.pdf
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