domingo, 24 de julho de 2011

La inevitable Frida Kahlo


Es muy difícil encontrar algo nunca dicho sobre Frida Kahlo. Parece que todo lo que tiene que ver con ella ya haya sido escrito. Debe de ser mentira, pero no seré yo quien pueda ser original.
Mucho me temo que lo que tenga que decir esté harto publicado, y odiaría no hacer otra cosa más mediocre que manosearla. Intentaré explicar como pueda (si puedo) por qué quiero a Frida.
Empezaré por preguntarme qué es lo que me atrajo y atrae de Frida Kahlo.

Frida desnuda.
La primera vez que vi un cuadro suyo (en el bar “Viva Zapata” en Vigo, en donde ponían Chavela Vargas y tequila herradura de importación), me golpeó directo en el núcleo más íntimo de la supuesta expresión de mis rebeldías. La suya me pareció una osadía honesta nada comparable con mis pretendidas provocaciones adolescentes de entonces. Ese cuadro tan explícito y descarnado, el cuerpo atravesado en canal, castigado violentamente… ¡dolía sólo de verlo!…
Ofendida me pregunté:” ¿¡cómo se atreve?!. Despojada de pudor expone su lamento, me interpela con sus ojos duros, me lastima con sus clavos… Aquell@s que queríamos transgredir nos quedaríamos siempre cort@s. Nunca podríamos mirar tan desnud@s y desafiantes como lo hacía ella desde ese cuadro.
La columna rota, 1944.

Entendí su atrevimiento cuando escudriñé en su biografía y a partir de entonces no pude hacer otra cosa más que quererla… ¡como tant@s otr@s!
Creo sinceramente haber madurado aquel día en el que descubrí a Frida Kahlo.
La sorpresa que sobrevino después fue el recibir el mismo impacto a cada cuadro descubierto, a cada pasaje de su biografía, a cada fragmento de su diario, a cada instantánea de su vida…
Me resultaba tremendamente difícil tener una opinión, y mucho más el poder expresarla. Aquella estética y por tanto ella misma, estaba muchísimo más allá de lo bonito y lo feo, de lo agradable y desagradable… hasta que me di cuenta de que no se trata en absoluto de tener una opinión sobre la obra de Frida ni sobre Frida misma, sino en este caso, simplemente de saber que la vida no es ni dura ni blanda, ni trágica ni cómica, ni agradable ni desagradable, ni bonita ni fea; que es eso; como Frida, como su obra: es vida; simplemente inevitable, e inevitable es su sentido último; sea como sea la expresión íntima (diarios, cartas, lienzos, risa, lágrima, baile, duelo…) de ese sentido.
Así Frida Kahlo se ha hecho inevitable, y por ello no abandona nunca a l@s que la descubrieron un día, a l@s que la vivimos una vez y para siempre…

Frida vestida.
Cuando Frida se viste, elige cuidadosa su atuendo.
Cuando Frida se viste, nunca lo hace para cubrir su cuerpo, sino para continuar desnudándose.
Cada elemento de su lienzo tiene un sentido vital; a veces es un juego de simbologías; otras es más evidente.
Frida se viste de Frida, sobre todo, en sus autorretratos. ¿Por qué se pinta tanto? Parece tan simple como querer cubrir de entretenimiento su soledad. ¿Será tan simple? Pero ¿Por qué no ha de serlo?

Frida se pinta revolucionaria mejicana, rebelde y auténtica mestiza. Se pinta hacia fuera y hacia adentro. Con lágrimas hacia afuera y con Diego en su pensamiento. Con cuernos hacia afuera y con sus entrañas, fetos y arterias. Tal y como es; transparente, cruda e inevitable.
Frida se viste de niña que la acompaña en la soledad de sus enfermedades, se busca en la otra imaginaria, y sólo se encuentra un corazón (el suyo), un poco más entero.
Frida se viste de mejicana en la frontera. Melancólica, rodeada de máquinas dotadas del poder maligno de lo complicado y ajeno y de la capacidad de recordarle su Méjico rural y sencillo.
Se viste de política e historia; se viste de los pueblos que se levantan contra el burgués, se cubre con la hoz y el martillo, se inscribe en la historia, se inserta en la Revolución, se pare en 1910. 

Frida se viste de Diego; es un traje de pinchos y de algodón suave; es un traje con el que construye su ser deseante, su amor romántico, su amor de madre, su amor revolucionario… el amor de Frida es, en fin, incorpóreo, se expande a través de Diego, gracias a Diego, en líneas de fuga, hacia los puntos más remotos del Universo, del día y de la noche, el sol y la luna, que a su vez todo lo abrazan.
Frida se viste optimista de amor y de deseo en toda su vida-obra… con el Universo de su parte.
El abrazo de amor del Universo, La Tierra (México), Yo, Diego y el Señor Xolotl, 1949.
Y ella, que coquetea insolente con la vida y la muerte, desde su silla nos guiña un ojo. Se escapa así de nuestra devota compasión con ese ágil movimiento de párpado. Parece interpelarnos, otra vez atrevida, sobre nuestra existencia, haciéndonos a la vez cómplices de la suya.

Imagino que desde la vida que le imprime esa fotografía me pregunta divertida; “¿Y tú qué? ¿También vives? Entonces también quieres, ¿verdad?, entonces también sufres; entonces, ya me entiendes, ya sabes lo que pensé, lo que sentí, lo que decían mis cuadros lo que pintaban mis manos… no hay más misterio. Estamos juntas y aquí te espero”.