sábado, 23 de fevereiro de 2013

Desperta

Hai un pranto arriba. Ás tantas da mañá escoito os pasos cansos, resignados, apresurados por  tocarlle os rizos e dicir- "shhhhh, durme" – con esa voz especialmente calma que teñen as nais após os malos soños das nosas infancias. Volta a alisar a sábana, un bico de beizos quentes na frente quente, case non se nota. O olor de nai que apacigua uns segundos. Alivio profundo, alivio extraordinario, alivio que enche todo o longo e ancho da habitación...alivio curto, pois xa se víra cara o umbral. Alónxase o corpo brando que acolle case sen darse conta, con certa condescendencia, o amor infinito dos fillos. Dóelles ese amor infantil vulnerable -unha ofrenda íntegra- a un ser que se goberna libre, emancipado por ser adulto. Corpo que agora xa vai cara o outro mundo incomprensible -de conversas en voz moi baixa, de murmuios ás veces tenros, outras feroces...- deixando con sorte unha luz acesa (pero non sempre).
A nena permanece moi, moi quieta, de novo en agonía, - ten algo de vergonza-  un pouco resentida polo abandono patente. E entón, de novo,- cándo?- o soño.
 ... silencio...

terça-feira, 12 de fevereiro de 2013

Duos habet et bene pendentes



Soy perseguida como un lobo entre el rebaño de corderos. No soy un lobo; soy la palabra, el espíritu y el poder[1]
(Profetisa Maximilia S III d. C)

Cuando era niña creía en el Dios todopoderoso, en la inocua Virgen, en los santos y en las santas (lugar al que condescendientemente la Iglesia relegó a sus guerrerxs), en los ángeles, esa especie de jipis del paraíso, en el demonio claro (en mis círculos de socialización se decía demonio, no diablo) en el cielo, en el infierno… sabía que la concupiscencia, la lujuria, la voluptuosidad, lo libidinoso y la lascivia eran malísimos… y que quizás por eso nadie me los quería ni explicar.

Recuerdo que un día, a los once años, decidí racionalmente que ya no creía en Dios ni nada que lo acompañara. En cuanto empecé a tener conciencia política, se me fue la espiritualidad por arte de magia. El republicanismo, no sé si innato, no sé si genético, no sé si agazapado los domingos por la mañana de los catequesis a la espera de su oportunidad, sustituyó a toda la parafernalia católica y me hizo aborrecer todo su repertorio: los rezos, las imágenes piadosas, el dogma, el discurso… fue como cambiar de pandilla de amigxs… menos traumático incluso. Desde entonces, y hasta hace bien poco, siempre leí las religiones a través de parámetros, lo reconozco, excesivamente estrechos.

Sin embargo, en el alma creo. El alma existe. Lo sé porque me dolió un día de 2011 cuando vi por televisión la imagen de aquellas cuatro monjas en la Sagrada Familia limpiando afanosamente la mierda que el Papa se había dejado en su altar. Ahí comprobé, indignada por lo que veía,  que todo el dispositivo cultural del cristianismo no me había abandonado nunca. Al contrario, me sentía muy concernida por la humillación que me provocaban esas monjas devotas y la indiferencia de los curas, papa y obispos de alrededor.

La relativa suerte de haberme ausentado de la religión a los 11 años es el poder releerla ahora desde muchas ópticas diferentes.

El debate sobre el papel de las mujeres en la iglesia es antiguo. Tanto como el propio cristianismo. Una relectura feminista habla de unos orígenes muy igualitarios según los cuales, las prédicas de Jesús se enfrentaban al estatus inferior que las culturas griega, romana, hebrea, celta y germánica habían designado para las mujeres. Los libros del nuevo testamento que tratan de los años inmediatamente posteriores de la muerte de Jesús: Los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas ofrecen ejemplos de mujeres que actúan como iguales dentro de la nueva fe. Entre los Gnósticos del Norte de África, por ejemplo, había mujeres sacerdotisas que dirigían oraciones y bautizaban. Se conocen escritos de los gnósticos hacia el siglo II dC en los que reforzaba el papel activo de las mujeres y afirmaban la naturaleza bisexual de Dios.  

Pues, yo soy el principio y el fin,
Soy la honrada y la escarnecida,
Soy la ramera y la santa,
Soy la esposa y la virgen,
La [madre] y la hija[2]

Sin embargo, también en el mismo Siglo II  ya andaba Orígenes, uno de los llamados Padres de la Iglesia, diciendo que el alma estaba dividida en dos partes; una masculina y otra femenina, de las que se derivaban cualidades masculinas y femeninas siendo las primeras superiores a las segundas. Entre estas dos originales interpretaciones comparadas (la de Orígenes y los Gnósticos) adivinen cuál trascendió y permaneció al paso de los siglos. Según esta regla de tres de Orígenes, la diferencia entre hombres y mujeres debería hacerse visible para resaltar los atributos de cada uno y el justo lugar en el que se deben situar machos y hembras. Así, en el mismo siglo, Clemente de Alejandría recomendaba  a las mujeres llevar velo y a los hombres barba, para recalcar la diferencia entre los sexos. Y para que la disparidad quedase bien clara, añadía que “la característica del hombre era la acción y la de la mujer, la pasividad[3]

Con ánimo de llevar la contraria a Clemente, las imágenes más poderosas que se conservarían en los primeros siglos de fe cristiana fueron los retratos y las leyendas de las mujeres que se convertirían en mártires durante las persecuciones del Imperio Romano. Ellas serían heroínas y modelos de independencia y fortaleza para las generaciones futuras: Perpetua de Cartago relataba un sueño que tuvo en la cárcel, en donde amamantaba a su hijo,  antes de ser martirizada.

“Mis vestidos estaban desgarrados y de repente yo me convertía en un hombre… Mis ayudantes empezaron a frotarme con aceite, como suelen hacer antes del combate… Nos acercamos y dejamos volar nuestros puño. Mi adversario intentaba cogerme de los pies, pero yo le golpeé en la cara con el talón… Cayó de bruces con el rostro hacia el suelo y le pisé la cabeza… empecé a caminar triunfante hacia la puerta de la vida. Entonces me desperté”[4].

Pero aún a pesar de los siglos de martirio, de valentía, de independencia, las mujeres no pudimos hacer nada contra la interpretación interesada del mito de Eva que perduró hasta nuestros días. Tertuliano lo enuncia ya hacia el año 200 acusándonos a todas, des- singularizándonos y convirtiéndonos así en el magma homogéneo del pecado: “No sabéis que cada una de vosotras es Eva?”

El mito de Eva da pie a interpretar la “naturaleza femenina” a través de una contradicción muy simplista (es a la vez débil y a la vez perversa y poderosísima seductora) que en lugar de cuestionar los atributos asignados a las mujeres, los refuerza como nefastos, lo que justificará su exclusión de todos los puestos de responsabilidad y autoridad que en principio habían disfrutado. 

Se dice que una vez hubo una papisa (o una papa, o una mama, por qué no?) que desde muy joven se paseaba por Constantinopla, por Atenas, por Germania y finalmente por Roma a lo Bárbara Streisand en Yentl, vestida de hombre en medio de todos los eruditos. Tan lista era que, sin darse cuenta la hicieron papa, y así fue durante un tiempo, entre el 872 y el 882.  Un buen día se descubrió el percal, cuando dio a luz en público; no se sabe si sobre un caballo (a quién se le ocurre) o en un callejón entre el Coliseo y la Iglesia de San Clemente. Según una crónica de Jean de Mailly: Chronica Universalis Mettensis, fue “encadenada por el pie a la cola de un caballo, arrastrada y lapidada por el pueblo durante media legua[5]

Me toca hacerme la pregunta obligada; y ahora que los papas vuelven a poder dimitir, ¿por qué no podemos volver a tener una papisa?






[1] Citado en Fiorenza, en Ruether McLaughlin, eds., pp 41-42. En Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser (2009). Historia de las mujeres. Una historia Propia. Crítica. Madrid. Pp (91-108)
[2] Citado en Elaine Pagels, The Gnostic Gospels, Nueva York, Random House, 1979. p. XVII. En Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser (2009). Historia de las mujeres. Una historia Propia. Crítica. Madrid. Pp (91-108)
[3] Citado en Prusak en Ruether, ed., Religion and sexism, p 103. En Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser (2009). Historia de las mujeres. Una historia Propia. Crítica. Madrid. Pp (91-108)
[4] Citado en Lefkowitz y Fant, p 266. En Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser (2009). Historia de las mujeres. Una historia Propia. Crítica. Madrid. Pp (91-108)

[5] Fuente: Wikipedia: Papisa Juana: http://es.wikipedia.org/wiki/Papisa_Juana